Hoy la luna
es preciosa. Como si fuera sacada de un cuadro de expresionistas. ¡Tan
intensamente amarilla, tan redonda y matemente resplandeciente! Y este cielo a
su alrededor: durante el día: ¡una mezcla fascinante de gris acero y azul
celeste!, y ahora… ¡inexplicable! Diría azul turco, pero en realidad es algo muy
mucho más extraño: un color oscuro, pastel, acogedor, tranquilo, hermoso… ¡Qué
placer es pasear bajo sus rayos amables y cariñosos, envuelta calientitamente en
mi chaqueta tipo esquimal! Sentir el viento tenue que juega con mi pelo, lo
arroja fuertemente en mis ojos y me susurra su canción serena al oído!¡ Y el
tiempo que hace! Frío, pero tranquilo, claro, precioso…
Pasear por
las calles de Sofía en las cuatro estaciones es siempre muy mucho muchísimo
diferente. Ahora, en otoño, es una experiencia… Guapa. Salgo por la mañana, el
cielo está gris oscuro y las primeras sonrisas del sol iluminan tímidamente a
los ciudadanos soñolientos. Paulatinamente se levanta el sol y cubre con sus
rayos dorados a los árboles: una paleta de colores, desde los más oscuros y
declarados por la mayoría de la gente como ¨feos¨ (negro, marrón, gris) hasta
el vivo amarillo, el caliente rojo y el alegre color naranja. ¡Todo reverbera
la magia solar, brilla felizmente e invita a la gente a que se una a la bella
fiesta! Aun hace frío, fresco más bien, como si el viento fuera el guardia que
despierte a los ciudadanos del sueño veraneal.
Es de
mediodía, el sol sigue sonriente, aunque su sonrisa ya se pone algo cansada. Los
árboles ya no brillan tanto, sus colores mágicos están empolvados del tráfico,
del cansancio y de la indiferenca humana. Pese a todo hay algo infantil en su
rostro. Algo alegre, parece un guapo iluso, cuya presencia se queda
inapreciada. El guardia demuestra su severidad.
Llega la
tarde, los matices entre los colores diluyen. El sol se prepara a acostarse. Se
siente nostálgico; ruborizado inclina la cabeza hacia abajo, su pelo dorado
angélicamente poza sus rizos sobre los cristales de las casas. ¡Paraos un
ratito!, ¡decidle adiós, es tan bonito, tan triste de irse! ¡Despedíos de él!,
puede que mañana no aparezca más, puede que se muera sofocado por el guardia y
su compañera, la niebla. Puede que se duerma y no se despierte a tiempo y que
aparezca a las dos, jadeando, nervioso, des-soñ-ol-ado. Puede que se porte mal,
que se vaya rápidamente, siendo insatisfecho de la falta de atención por parte
de la gente… Se ha acostado ya.
Es de
noche. Tan bella, tan tranquila, tan serena, tan hermosa en su vestido pastel
estrellado. ¡Y mira la cinta que tiene! Amarillo-plateada que embelleza su
cintura. Cariñosa, ella propone alivio, amparo a cada uno que se siente
perdido, solitario o… soñador. La naturaleza ya casi no se ve, pero uno la
puede percibir a través de su canción distraída y lejana. Falta el guardia, por
lo menos esta noche se ha acostado temprano, y la bella doncella florece en su
palacio terrestre. Su dulce aliento infiltra serenidad en las almas torturadas
de los ciudadanos. Huele a montaña, a vegetación, a pueblo…
Ay,
¡empieza a llover! Ostras, ¡por qué nunca llevo el paraguas conmigo? Me echo a
correr, forcejeando con la lluvia. ¡Anda, qué fuerte es esta moza! Pero ¿qué
hace? ¿me golpean sus lágrimas o me están acariciando? Deben de pegarme, porque
me siento mojada hasta los huesos. Sí, de verdad, pero… ¡Qué guapo es el
paisaje que me revela, los colores que se ven a la luz de las farolas! ¡Un arco iris
nocturno! ¡Qué preciosidad! ¡Quien pudiera tenderse bajo la lluvia y,
endormiéndose por el murmullo de su llanto, contemplar la naturaleza!
Bueno,
llego a casa. Como una sopa, pero sonriente. Me preparo un té de escaramujos
(¡¿Dios mío, existe una tal palabra!?) y me pego a la ventana. ¡Una
sinfonía, un hechizo! Me quedo soñando, mirando por la ventanita a la naturaleza
que expresa su ira. ¡Qué bonito es el otoño!